Hace 25 años falleció Juan
Carlos Preciado Galaz a la edad de 19 años, su recuerdo en mi corazón, memoria
y vida siguen intactos; su partida fue una fuerte sacudida en mi vida, tanto
que a veces no me puedo explicar cómo es que pude salir de esa impresión
teniendo apenas 18 años de edad; otras veces me queda muy claro, gracias a la
solidaridad de tantos seres humanos que en esos momentos son instrumentos y se
desempeñan como ángeles en la tierra, hogares que me abrieron las puertas para
que no pasara los días en casa donde estaba todo el recuerdo vivo de Juan
Carlos. Recuerdo los días del 3 al 8 de enero de 1989, pero después de esas
fechas los primeros años siguientes se me pierden en mi memoria y siento
grandes confusiones, solamente intenté seguir, caminar, aferrarme, buscar,
estudiar, meditar, trabajar, dormir, todo lo que me llevara a continuar
viviendo. En mi camino aparecieron nuevos rostros, amigos, cariños entrañables,
seres especiales que me ayudaron a seguir siempre; proyectos religiosos, de
trabajo, de estudios, grandes retos que me hacían sentir que valía la pena
continuar. Algo pasa entre los humanos cuando alguien se siente perdido, se
activan mentes, corazones, situaciones, se activan sentimientos ocultos capaces
de alimentar energéticamente a alguien que está apagado, en esa ocasión, fue a
mí. Tengo una lista escrita y precisa en mi corazón de personas que toleraron
mi tristeza, mi descontrol, mi desarmonía, personas que supieron permanecer a
pesar de ser yo muchas veces una persona no grata, que no encajaba en lo común,
supieron estar ahí; esa lista está impresa con letras de oro en mi vida, están
para la eternidad en ese estado inolvidable. De las demás personas que no
pudieron seguir, estar, no pudieron tener compasión de mi tristeza, de ellas no
me acuerdo, no sé si existieron ni cómo se comportaron ni lo que hablaron; cada
quien refleja lo que trae en su interior cuando se enfrenta ante situaciones
adversas de los demás seres humanos.
Después de conocer ese
rostro de la muerte, ese rostro que te quita a un joven lleno de brío y
proyectos mutuos (maletas hechas, boletos de avión, escuelas pagadas,
pasaportes visados, calendario establecido, secretos compartidos), tras
comprender que la vida es eso, he podido asimilar con más entereza las partidas
que han seguido desde entonces; guardando siempre un dolor infinito y perene
por los seres que son entrañables en mi vida, comprendí que la línea que divide
la vida y la muerte es apenas tangible y que en un pestañear de ojos muere todo
para nacer de nuevo todo. Aprendí a no buscar consuelo sino a saber vivir con
lo que tenemos, con el dolor y la alegría, no me quedó otra salida masque ser
valiente y enfrentar las situaciones de frente; entre tantas respuestas
buscadas y respuestas obtenidas, se crece de alguna forma, porque es decisión personal
lograrlo.
El extrañar físicamente a
una persona es lo terrible, las personas te hablan de dios y del más allá con
una facilidad que sorprende: “él ya está en el cielo, ya descansa en paz, hasta
ahí tenía su raya, es la voluntad de dios, déjalo descansar, no le llores, no
lo invoques, no lo menciones, déjalo ir, acepta, resígnate, fíjate en el dolor
de su madre, no llores enfrente de tu mamá…”; todas las frases me retumban en
mi mente, pero recuerdo más esos abrazos largos, esos llantos compartidos, esa
compañía que desahoga, ese silencio oblativo, esa melodía precisa, esa mirada
amorosa, esas manos extendidas, esas bienvenidas largas, esas despedidas
cortas. La partida de tu ser querido, de tu amigo, es eso, es tuyo, es tu
dolor, tu angustia, el tú saber por qué sufres, es algo entre dos.
La vida continua, ya han
pasado 25 años, ha sido una carrera larga, una vida plena, porque cuando las
personas mueren uno aprende el valor de la vida, aprende a amar la vida, a amar
a los tuyos con más fuerza que nunca, aprendes a no lastimar a los demás, a
cuidar de los seres vivos (animales, plantas), a no hacerte daño, a cuidar que
no te pase nada para que nadie sufra tu pérdida voluntaria; ya han pasado más
años de los que vivió Juan Carlos en esta vida, algunos seres aun rumoran
recuerdos, algunas voces aun inventan, pero uno tiene su propia historia, uno
sabe de su vida y muy claramente. Las adversidades obligan a ir eligiendo otros
caminos, a cambiar de aires cuando están contaminados, a buscar los mejores
seres para convivir a diario, las adversidades te obligan a buscar a pulso la
felicidad, pero la felicidad basada en lo intangible, en el amor, la lealtad,
la construcción, el trabajo, la creación; no en lo material, eso se da por
añadidura, pero no es el fin que se debe de perseguir, porque mis seres que se
han ido de este mundo no se han llevado nada, pero sí se han llevado mi cariño,
mi amor incondicional, de eso estoy segura. Sé que de alguna forma eso lo
sentirán para la eternidad en sus almas. Sé que Juan Carlos lleva en su viaje
eterno mi amistad que lo hizo sentir tan especial; lo demás es parte de nuestra
historia juntos.
Creo firmemente que estamos
en esta vida prestada para crecer en nuestro interior, en el alma, en esa luz
que Dios en su grandeza nos enciende y nos hace diferente a todas las demás
especies; creo que tenemos esa oportunidad, esa es la prioridad, crecer como
humanos, engrandecer nuestros espíritu y ser lo más que podamos en esa alma que
tenemos resguardada en nuestro ser. Somos mucho más que materia. Es por eso que
hay temas que siempre nos hacen reflexionar, buscar, siempre tratar de trascender
y elevarnos un poco más a la vez. Por eso les comparto lo siguiente en este día
tan especial para mi vida, en este día de profunda reflexión acerca de la vida
y la muerte:
El pasado 30 de diciembre
falleció Karla Yescas, una mujer preciosa de 45 años, falleció víctima del
cáncer en plenitud de su vida; Karla es de Caborca, vivía en Estados Unidos,
casada y con cuatro hijos; cuando me enteré de su partida, de su conciencia de
estar dejando este mundo, a sus hijos aun tan jóvenes, tan niños, sentí una
gran desolación por esa historia de amor; no puede atinar a otra cosa masque a
rezar, a hacer oración, a tratar de abrazar a la distancia a seres que no
conoces como conociste a Karla cuando era una adolescente, una jovencita tan
bella. Ayer entré a su Facebook y encontré una carta que le escribió su esposo
a Karla, en ella, ayer por la noche, aprecié un amor tan grande, encontré
tantas respuestas, tanto que aprender de Karla, de su esposo, su mamá y sus
hijos que quiero, con mucho cariño, con un gran respeto, compartirlo con todos
ustedes que han decidido tener esta tarde de reflexión, meditación e
introversión junto conmigo. Quiero que la partida de Karla nos haga crecer como
seres de luz, como hijos de Dios. Todos somos parte de todos. Gracias. Aché.
***
Para una maravillosa mujer,
hija, esposa, madre y amiga
El Cáncer es visto por mucha
gente como una de las peores cosas que podría pasarle a una persona. Las
razones son más que evidentes, pues el cáncer es en verdad una enfermedad
terrible, que trae consigo incesante sufrimiento tanto físico como emocional.
Así que hasta no hace mucho tiempo yo también veía lo mismo que esas gentes.
Pero cuando esa persona
ofrece con Amor a Dios su sufrimiento y su dolor para que sus seres queridos
estén bien, y pide para que otras personas no padezcan el mismo sufrimiento, las
cosas toman un rumbo completamente distinto. Es interesante como este
ofrecimiento se asemeja a lo que alguien llamado Jesús hizo por nosotros hace
algunos 2000 años, y nos muestra con tal claridad, el camino de la Redención,
si solamente sabemos abrir nuestro corazón a ese sufrimiento. Fuiste capaz de
ofrecer tu sufrimiento con tal amor a Dios, que los frutos de ese continuo acto
se ven reflejados en mi persona, nuestros hijos, tu madre, tu hermano y el gran
número de familiares y amigos a los que de alguna forma tu sufrimiento ha
tocado su corazón.
Hoy gracias a ti y a tu
sacrificio, nuestros cuatro hijos son y serán por siempre mejores personas. Su
capacidad de amar, su madurez y su valentía no dejan de asombrarme. Estoy, y sé
que tú también, inmensamente orgulloso de ellos. Hoy en día no sé qué sería de
mí, sin su gran amor y apoyo. He compartido contigo la gracia de formar una
hermosa familia, y aun cuando no estés más físicamente presente con nosotros,
nuestros hijos y yo sabemos que tu presencia y tu esencia estará siempre con
nosotros.
Luchaste hasta el fin aun
cuando en más de una ocasión el pronóstico médico no fuera favorable. Venciste
inclusive en una ocasión ese pronóstico adverso gracias a tu gran Fe e
inquebrantable voluntad. Tu gran amor a Dios jamás te permitió alguna queja
contra Él. Aceptaste siempre su Voluntad y solo en tus momentos finales de
agonía preguntabas si Dios te habría abandonado. Jesucristo en su agonía
preguntó también lo mismo al Padre. Hoy con Él, estás junto a Dios Padre
gozando de su Gloria.
A nuestros familiares y
amigos agradecemos infinitamente todo su apoyo, sus oraciones y ayuda
incondicional que nos brindaron durante todo este trayecto. Estaremos siempre
en deuda con ustedes.
Quiero antes de terminar,
dedicar unas palabras para tu madre, a la cual amaste infinitamente. Su amor,
devoción y cuidado por ti me conmovió en más de una ocasión. No hay palabras
para consolar el dolor de una madre que ha perdido a su hija, pero quiero decir
que esto es más que palabras. Son hechos y testimonio viviente de cómo cada
persona a la que tu sufrimiento haya tocado, es ahora una mejor persona. Que tu
sacrificio y el inmenso amor que siempre nos demostraste, en conjunto con
nuestra Fe y amor a Dios, nos ayude a tu madre y a todos tus seres queridos a
encontrar alivio a nuestras almas que hoy comparten el dolor de verte partir.
Hoy honramos tu muerte y tu sufrimiento, y celebramos tu vida y tu eterna
existencia entre nosotros.
Tu amado esposo
Alfredo