jueves, 16 de febrero de 2017

Miércoles, día de la fruta y la verdura

Hace más de dos décadas voy a Ley no porque hay más cosas a mejores precios o porque es día de la fruta y la verdura ni porque es comercio mexicano ni porque cierran a las once de la noche; voy a Ley porque encuentro el olor de mi abuela, de mi Nana Chú.
Llego ansiosa al área de las ramas, de las verduras, ahí, siempre me espera ese racimo de manzanilla fresca que me consumo inhalando una y otra vez, cerrando mis ojos, viajando por el tiempo, remembrando las tardes de sol cuando mi abuela juntaba en su mandil las flores de manzanilla sembrada en su patio, esparcida alrededor del tejabán del lavadero, infancia de los 70’s.
Mi Nana Chú sembraba, cuidaba y cosechaba la manzanilla, la guardaba en frascos de cristal bien tapada. Nos curaba con manzanilla, con ese amor en diminutas florecillas, conocimiento heredado de sus ancestros. Una vez mis pies se llagaron, tenía siete u ocho años de edad porque me veo entrando al Colegio Dom Bosco con los pies curvados hacia dentro del dolor, las llagas me laceraban, mi abuela me llevó a su casa por más de un mes. Dejé de ir a la escuela. Todos los días me lavaba ella mis pies en una palangana blanca, el agua contenía manzanilla, me limpiaba las llagas con tanto amor como se pueden imaginar, aún lo siento en estos momentos, esa ternura, esa mirada en cada herida, esa compasión silenciosa. Durante el día, cada cierto tiempo me ponía fomentos de manzanilla, se acercaba a la camita del cuarto del medio, con mucho cuidado y con mucha fe aplicaba los trapos calientes con agua de manzanilla. Me curó. También, por las noches rezábamos por mis pies, con su librito de oraciones, con su rosario, con sus imágenes guardadas en una bolsita de plástico en un cajón de su buró.
Entre el rezo, la manzanilla perene, los tiempos en el patio, mi abuela cosechando, mis ojos observando, llenándome para siempre de esas imágenes con tanto sol, con su mandil, con sus manos siempre laborando en la cocina, la máquina de coser, alimentando los pericos, rezando; mi abuela, con su espalda agotada en la camita acurrucando mi cariño por las noches. La manzanilla, el ramo completo, lo agoto en pensamiento e inhalación, mis hijos han aprendido de ese recuerdo y adoptado el olor para ellos; esta foto me la tomó Rut, me dijo, “sabía que lo ibas hacer”. Ahora mis hijos me reconocen hurgando en los días buenos de amor, de la niña amada, llena de caricias y cuidados por la Nana amorosa, la Nana Chú, que tanto tuvo para todos.
Nana Chú: Florecilla de manzanilla que solamente necesita de sol para dar tanto, tan pequeña pero tan perfecta, mi amada abuela, tanto que dejaste en este corazón agradecido por ti. El cansancio de tus pies, de tus pasos. Por siempre cada caricia, cada cuidado, tu medio mirar, tu ternura, tu aroma, tus rezos, tu corazón. Te busco. Te encuentro siempre intacta en la remembranza con olor a manzanilla.
Entonces, mi vaho regresa despacio, sereno y retorno de la tierra de los sueños segura de que cada vez que sea necesario estarás ahí, en esos momentos eternos que me brindan el perfecto amor.
[Miércoles, día de la fruta y la verdura, 15 de febrero 2017. Muy noche]