Señales sencillas
Por Nina Mier
Fue un sábado, por día 27 de septiembre pero del 2008; eran
las 7 a.m., nos habíamos levantado a las 6 de la mañana a preparar todo, a
prepararme en todo lo necesario para una cirugía. Llegó Silvia, un ángel urbano
por decirle de alguna manera, se encargaría de cuidar a Salomón mientras
nosotros, Socorro y yo, permanecíamos en la Clínica.
Llegó el taxi, ya con nueve meses de embarazo, pensando y
apostando que mi hija nacería el 7 de octubre, había llegado el día indicado
por el más valioso de los ginecólogos, el Dr. José Antonio Javalera; un día
anterior llegué a la cita obligada a su consultorio, le digo a la enfermera:
“No me peses, no quiero saber nada de eso, no me tomes la presión, no quiero
nada ya”, me observa y no me dice nada, pero sí se lo dice al doctor.
Cuando llego a revisión, se me queda viendo Javalera y me
dice: “Algo no anda bien Nina, ya no es buena señal que no quieras nada”; me
sube al sillón y empieza el ultrasonido, semanas antes se había detectado que
Rut venía con dos vueltas del cordón umbilical en el cuello, aun así nada
parecía anormal dentro de los parámetros de la ecografía en 3D. “Quiero que te
vayas a internar ahora mismo a la Clínica Santa María, les daré la orden,
quiero que te preparen para intervenirte con una cesárea mañana a primera
hora”.
“No me internaré ahora, lo haré en la mañana, tenemos cosas
pendientes por hacer aún”; se me quedó viendo no muy convencido pero nos fuimos
advertidos de que si me sentía más mal me fuera de inmediato a la clínica.
Socorro y yo sabíamos que podía pasar algo muy grave por una lamentable
situación que habíamos vivido un par de meses antes, para ser exactos el 8 de
julio, pero habíamos guardado sigilosos el infortunio con el fin de enfocar
toda nuestra energía y oración en que mi hija y yo saliéramos libradas en el
final del embarazo y el parto.
Nudo verdadero
Recientemente, hace unos días me puse a investigar en el
internet acerca de este nudo que aparece en el cordón umbilical, cada vez que
me internaba en los comentarios, las anécdotas, las explicaciones clínicas, las
estadísticas… cada vez me sorprendía más. Al principio, leí un foro donde
decenas de mamás platicaban experiencias que ellas vivieron o conocidas
respecto a este nudo que hasta hace poco desconocía el término real para
nombrar un nudo en el cordón; el caso es que contabilicé, llevaba 12 casos
leídos y solamente un bebé había sobrevivido en el parto, los otros 11 bebés
habían nacido muertos. Me alarmé, compartí lecturas con Socorro y seguí
indagando al respecto, algo que no había hecho en cuatro años por marcar una
distancia de aquellos días.
Una mañana calurosa
Me recuerdo subiendo con dificultad al taxi, ataviada con una
bata, unas pantuflas grises y el calor asomándose por la ventana. Recorrí con
mi vista las casas cuando íbamos rumbo a la Clínica, Socorro se sentó en el
asiento de enfrente, eso me permitía verle su rostro por el retrovisor, su
mirada se extraviaba entre los destellos que daba el sol al moverse el taxi por
la ciudad; a veces, el carro caía en un bache y por no traer amortiguadores
sentía el golpe al final de mi columna; me dolía el cuerpo, todo, no sabía
dónde, porque me dolía el alma debo de confesar.
Llegamos, mi comadre Bárbara Pesqueira nos esperaba, no salía
más nadie, tardamos unos 10 minutos en espera; salió un joven enfermero,
Socorro le entregó la orden para internarme y de que me empezara a preparar
para la cesárea. Caminamos el pasillo, en el cuarto del fondo nos instalamos.
“¿Cómo te llamas?”, le dije al enfermero; “Víctor”, me dijo… “Ah, se llama como
tu hermano Socorro, eso es algo bueno”. Socorro andaba sacando las cosas de la
maleta. “Se tiene que quitar todo, le tengo que vendar las piernas,
canalizarla, hacer todo antes de que lleguen los doctores porque en unos
minutos entra al quirófano”, me dijo apresurado el enfermero. “¿Tan pronto?”…
A los minutos estaba acostada, intentaban canalizarme –nunca
me encuentran las venas luego luego-, ya me habían vendado las dos piernas y mi
comadre me observaba desde el sillón con su embarazo también muy avanzado.
Llegó al cuarto el Dr. Perea Ruelas, me dio la bienvenida a la clínica y me dijo
que él también estaría en el quirófano porque el Dr. Javalera andaba muy
estresado con mi cesárea. Me quedé pensando un rato y me sonreí; también me
dijo que estarían otros dos doctores: anestesiólogo, pediatra, además de los
asistentes. Se fue.
“Socorro, ven, creo que algo anda tenso entre los doctores,
por favor, diles, creo que es hora que les platiques lo que vivimos hace un par
de meses, que lo sepan por cualquier cosa”, apenas terminaba de decirle cuando
la camilla entró al cuarto. “Me puedo ir caminando, no tiene sentido que me
suban ahí, no hay problema, puedo resolver esto de ir canalizada”; Socorro se
adelanta y ya me reciben los doctores en un cuarto previo, en especial la
mirada del pediatra, me contuve, seguí, tienes que dar un paso alto antes de
entrar, todo lo hice bien. El quirófano me esperaba, afuera se quedaba todo,
adentro la lámpara y el movimiento perfecto de cada doctor, enfermeros y
asistentes.
El Dr. José Antonio Javalera, tan joven, pero tan firme, ahí
estaba frente a un gran reto esa mañana, lo sabía. Ambos lo sabíamos. Socorro
entró ataviado de azul contra las infecciones, el anestesiólogo se equivocó,
algo salió mal, estaba mal canalizada, me pusieron la raquea perfectamente pero
no entraba otra sustancia por la vena que tenía que estabilizar algo, el caso
es que me sentí desvanecer; los doctores se pegaron a las paredes y yo acostada
boca arriba con ambos brazos abiertos a los lados veía dar vuelta al
anestesiólogo de un lado a otro, desesperado con mis venas. Socorro tuvo que
salir por aire. “Ya no veo doctor, está todo negro”… “Un momento, un momento”,
me decía el doctor que iba y venía de un brazo a otro. “Ya, ya quedó, ¿cómo te
sientes?”.
Me sentía un poco mejor, pero no del todo, pero no dije nada.
La cortina que ponen para separarte de los doctores no era tan alta, entonces,
veía cómo hacían las labores. Socorro entró, me miró y se puso a los pies para
ser testigo; habíamos acordado, como con Salomón que nada de fotos, nada de
cámaras, solamente nuestros ojos. Así fue. Javalera contaba chistes, platicaba
con Perea, ahí tenía a los dos ginecólogos más solicitados en la región, ahí
estaban frente a mí; eso no era bueno para mí, pero me dejé llevar, confié.
El momento perfecto
Empezó Javalera a cortar las capas de mi piel, imagino que
siguiendo mi primera cesárea, entonces se detiene, hace una breve oración: “que
tus manos sean mis manos”… segundos después, exclama sin ánimos de asustar: “lo
sabía, por eso nunca dejaré de creer en las señales, lo sabía”. No quise saber
qué, Rut lloró, me la enseñaron, nunca pensé que nacería tan bella, eso dije
cuando la vi: “qué bonita”, sonreí. Pero me empecé a sentir un poco mal. Se la
llevaron, me siguieron haciendo lo conducente, pero los doctores hablaban entre
sí cosas que hasta ahora entiendo. Le avisaron a Socorro que la niña traía un
NUDO en el cordón umbilical, el pediatra le dijo que eran casos muy aislados,
que el promedio es de cada 2 millones de nacimientos uno viene con ese nudo
verdadero, porque hay nudos falsos.
Entonces desperté en el cuarto, muy atarantada por la raquea
y por la morfina que me habían puesto para evitar cualquier situación, no sentí
nunca ningún dolor pero mi estómago no podía más. Me dicen del nudo, “¿le
tomaron fotos? Que me lo guarden en formol”. Socorro no traía cámara, mi
comadre Bárbara le tomó con su celular al nudo aun con la placenta; no lo
pudieron guardar porque salubridad no lo permite. Cuando me llevaban al cuarto
vi a mi mamá en el pasillo, a la Elsa Romero… mi comadre seguía ahí; durante el
día recibimos visitas: Denise López, Susy Mazón, Josué Ellis, Nyllirma y
Alfonso, Amaranto… algunas fotos, palabras, regalos, pero no podía recuperarme.
Cuando me sentía un poco bien era para darle pecho a Rut. Era la morfina
queriendo salir de mi cuerpo.
Salomón llegó por la tarde, le dio fiebre en casa porque no
estábamos con él, se alivió al vernos. Dejamos la clínica el domingo por la
tarde; dejamos atrás una experiencia de vida. Pero nos llevamos a casa el
milagro de Dios en nuestras vidas. Hoy más que nunca, al saber lo que es este
NUDO VERDADERO lo sé con más certeza; hoy jueves, 27 de septiembre del 2012 mi
hija Rut Emmanuelle (nombres que en hebreo significan “amiga, Dios está con
nosotros”) cumple 4 años de nacida, lo celebro en grande y en la inmensidad,
más ahora que supe lo que pudo haber pasado. Los ultrasonidos nunca detectaron
ese nudo, es muy difícil hacerlo, pero el ginecólogo, mi querido Javalera, le
dio rienda suelta a su corazonada, vio algo más allá en señales tan sencillas
como no quererme subir a la balanza, como no querer nada. El doctor se detuvo,
por noción, por instinto en mi mirada de aquel viernes, 26 de septiembre, en
aquella cita que en casa le había dicho a Socorro que no quería ir, que quería
posponerla para la siguiente semana, pero la historia fue otra.
Reflexión
Les comparto esta experiencia, con el fin de dar a conocer
los riesgos que se corren en cada embarazo, más cuando recibes una noticia o un
impacto con una gestación tan avanzado; efectivamente, Rut, se enredó ese 8 de
julio, pero también hizo un nudo con sus movimientos mientras yo no podía
controlarme anímicamente. De aquí, mis queridos lectores, los dejo, porque me
tengo que entregar a una oración constante de agradecimiento a nuestro Padre
Dios porque nos consideró dignos de este milagro de amor.
Feliz cumpleaños Rut Emmanuelle, mi compañerita, mi hija tan
querida.